jueves, 13 de mayo de 2010

Forzando películas (II)

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Otro título recurrente en las capacitaciones empresariales: Riqueza Ajena, de Norman Jewison.
Oratoria, negociación, cambio de escenario económico, todo esto y mucho más se le suele extraer con vistas a un debate que encubra la bajada de línea posterior (que en este caso podría ser, entre otras linduras, que el que no se adapta, muere.)

Como su argumento tiende al binarismo, para su funcionalidad como herramienta en cursos se lo fuerza aun más.
Ergo, la encrucijada de una arraigadísima Compañía familiar, que debe decidir si continúa produciendo algo cada vez menos solicitado y conservar empleos, u optar por desmantelarse y liquidarse, resulta, a los fines de esta operación pedagógica, un bocatto di Cardinale. En especial la secuencia-climax, que enfrenta el discurso emotivo al racional, el conservador al pragmático, y el capitalismo keynesiano -"bueno"- al vendaval de la especulación financiera (aclaremos: el film es del ´91, comenzaba su reinado).

El uso interesado de Riqueza Ajena le impone ejes maniqueos, ignorantes de la más elemental dialéctica, un esquematismo funcional al direccionamiento.
Sin embargo, la película es más ambigua que lo que aparenta ser, porque pese a su final feliz tirado de los pelos logra albergar en sí las tensiones irresolubles de una época.

Una sorpresa para mí fue volverla a ver enterita, desafectarla de su condición de utensilio y descubrir que es una flor de comedia screwball (simplificando: lunática, elegante y con batalla de sexos) digna de Howard Hawks.
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Danny DeVito interpreta a Lawence Garfield, cabeza de Garfield Investments , un sujeto corporativo que se dedica a comprar acciones de empresas mal administradas pero de importantes activos con el objetivo de liquidarlas. Amante del dinero de los demás, como él mismo lo declara (Other people´s Money es el título original), en su ocupación resulta tan persuasivo como George Clooney en la nefasta profesión que ejerce en Up in the Air; la diferencia es que Larry se divierte, le encanta lo que hace, no aprende ninguna lección al final.
Cuando uno se pone a pensar desde una orilla supuestamente progre, no deja de ser incómodo que caiga tan simpático este millonario desembozado al que ni siquiera le molesta ser llamado despectivamente “Larry the liquidator”. Es tan fascinante y está tan solo (bah, tiene su “Smithers”), que realmente uno quiere que le salga todo lo que se propone y, además, se quede con la chica.

Una parte del mérito es de Devito, que ya tiene su expertise componiendo crápulas a los que es imposible odiar, generalmente en películas dirigidas por él mismo (Tira a mamá del tren; La guerra de los Roses; Matilda). La otra es de Penélope Ann Miller, la Katherine Hepburn de esta screwball.


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Él, queriendo desarmar la obsoleta Compañía de Cables y Alambres de Gregory Peck y ella, abogada, intentando impedírselo, comparten aceleradas escenas de negociación/seducción con ecos de film de los Marx:

KATE
(ironizando)
Habla como Albert Schweitzer…

LARRY
No, no como Albert Schweitzer, como Robin Hood.
Robo a los ricos y se lo doy a la clase media.
A la clase media-alta. ¿Quieres caviar?

KATE
Las acciones están a 18

LARRY
¿Te gusta el violín?

O que Groucho hubiera amado hacer:

Larry logra que Kate vaya a su lujosa mansión, pretende romance. Ella, que venda las acciones que tiene en la empresa de la que es abogada, y como su intento es infructuoso desciende enfadada las escaleras hacia la salida.

LARRY
(intentando atajarla)
¡Espera, espera!
Tengo una proposición, tienes que escucharla.
Vuelve a subir, tendremos una cena maravillosa.
Haremos el amor durante toda la noche.
El primero que acaba, pierde.

KATE
(perpleja)
¿Qué pierde?

LARRY
El trato. Si acabo yo primero, te vendo mis acciones al precio de coste.
Si lo haces tu primero, me las compran a 25.

(Se produce un silencio)

KATE
Creo que estás hablando en serio.
¿Cómo sugieres que dejemos constancia de esto?

LARRY
Con delicadeza, que se lea en la cabecera “el que más se apura, pierde”
Vamos, ¿qué tienes que perder? ¿tu virginidad?
¡Yo podría perder millones!

KATE
¿Qué ocurre si acabamos ambos a la vez?

LARRY
(En confianza)
No había pensado en eso.
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Más sarcásticos one-liners ("Yo no desaparezco, me adapto") o diálogos que parecen escritos por I.A.L. Diamond para Billy Wilder:

LA RECEPCIONISTA DE LA EMPRESA (ante la llegada de LARRY en limousine, pleno invierno)
¿Quiere que entre su chofer?

LARRY
No. Es un chofer de exterior, si entra se malcriará.


En resumen, un poco de Hawks, de Wilder y de Groucho enhebrandose para lograr una comedia clásica tardía, en la que también circulan aromas de Que bello es vivir. (De paso: un misterio que se considere al film de Frank Capra un canto a la esperanza cuando lo es del derrotismo, habida cuenta del destino de resignación permanente que le impone a su protagonista).
Por otra parte, el mito de aquel que se apropia de todo pero queda solo remite tanto a Que bello... como a otras obras de moral culposa con personajes millonarios. Modelados, a su vez, por el Scrooge de Dickens.
Lawrence Garfield desciende de ellos y, cruel castigo de los guionistas, su única compañía femenina estable será "Carmen", computadora a la que habla y acaricia.









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Coda.
Un brutal concepto se me impuso al volver a ver por estos días Riqueza Ajena, el hecho de que funciona como requiem por partida triple:

- Evidente es que el argumento tematiza el cambio de paradigma económico con toda su imparable efervescencia, aludiéndose incluso al responso por la industria obsoleta ("Amen, amen, amen").

Hace falta pelar una capa más de la cebolla para notar las otras dos partidas implícitas.

- También un requiem solapado para el director Norman Jewison, hacedor de un tipo de películas que, siendo taquilleras (Rollerball, F.I.S.T), convivieron y gradualmente fueron desplazadas por otro tipo de productos, los blockbusters a escala planetaria de Spielberg, Lucas o, más acá en el tiempo, Bay o Cameron.


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- Gregory Peck, personificando al responsable de la New England Wire and Cable es, en sí mismo, el requiem a un estilo de actuación propio de otro Hollywood. Su Andrew Jorgenson es rígido y unidimensional, en consonancia con los roles que la fábrica cinematográfica le asignaba de los 70s en adelante (Mengele, el papá de Damien, etc).
Y tuvo suerte, porque a otras leyendas vivientes de la pantalla sólo les dejaban ser pasajeros de un Aeropuerto o Senadores en telefilms.

Su desfasado personaje humanitario, al caer derribado por el pragmático discurso del codicioso Garfield, no pudo sino traerme a la memoria aquel reproche naif del radical Pugliese a los dueños del poder económico durante la híper del 89:
"Les hablé con el corazón y me respondieron con el bolsillo”.






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.(¿continuará?)

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